La era del lagarto.

Y son exactamente iguales a mi.
Asquerosamente similares,
silentes.

La última división.

Cabalgando entre estos dedos malditos.
A través de ellos.

Mutis.
Y uno de los cadáveres abre los ojos.
Mutis.
Y uno a uno lo hacen.
La carne perdida
parpadeando,
invocando a todos los otros sentidos,
a los caídos en libertad,
a tanta sinapsis y niebla hasta el asco.


Los pedazos de este libro,
el polvo que vuela de sus páginas,
la sed que apagan estos tipos,
estas letras,
este laberinto en el cual entro para cantarte.

Y aquí,
sosegado y triste,
tramito mi liberación.
Mis ganas de

ser.

Eres sólo una fotocopia,
dijo,
una mesa dorada.